– Es solo un muchacho…
– ¿Acaso eso importa? ¡Conoces las reglas!
Estaba mareado, muy mareado y el fuerte olor en mi nariz no mejoraba la situación. No entendía qué era lo que estaba pasando y al abrir los ojos me invadió un pánico aterrador al darme cuenta de que no sabía dónde me encontraba. Las voces a mi alrededor me eran por completo desconocidas.
– Tenemos que llamar al sargento, él decidirá qué hacer con él – Entonces todo volvió a mi. La oscuridad había desaparecido, reemplazada por un brillante foco que iluminaba por completo ese pequeño cuarto de paredes de manchado concreto. Mis piernas, brazos, cintura y cuello estaban incómodamente atados a una fría silla de metal que se encontraba fijamente atornillada al suelo. Delante de mí dos uniformados fuertemente armados discutían entre ellos ignorando a un tercero que sostenía un algodón con una apestosa sustancia bajo mi nariz. – Está despierto. – Dijo mirándome fijamente, la expresión en su rostro me resultó perturbadora y mis náuseas se hicieron más fuertes. Finalmente no pude contener más el vómito. La atadura en mi garganta se tensaba con cada arcada rozando dolorosamente mi piel.
– Te metiste en un grandísimo problema, muchacho…
No era inusual que llamaran a mi padre en horas inusuales, con los disidentes rondando y las manifestaciones recientes era perfectamente normal y yo ya había aprendido a no darles importancia; tal vez fue por eso que no escuché el teléfono sonar tan tarde por la noche.
Mi padre trabajaba a deshoras a veces por las noches, a veces durante el día, en ocasiones podía pasar una semana sin verlo, sólo mi madre parecía estar más o menos enterada de sus andares y ya llevaba un par de noches sin volver a casa; pero de todas maneras esperaba verlo esa mañana para ir a la prometida visita a las torretas. Bajé a desayunar más temprano que lo usual y mi madre ya estaba lista con un sustancioso desayuno.
– Buenos días, hijo. Te ves muy bien hoy…– Mi madre nunca ha sido buena para esconder las buenas noticias, pero de vez en cuando se sale con la suya. No es así con las malas noticias, su cara evidencia siempre su descontento.
– ¿Qué sucede, mamá? – ¡Ay hijo, lo lamento mucho! No quería ser yo la que provocara tu “marhumor”, tu padre llamó hace un rato. No creo que pueda llevarte a las torretas hoy.– Explicó mientras retorcía nerviosamente un trapo de cocina. – No te preocupes, encontraré algo qué hacer. De todas maneras pedí el día en el periódico, podría aprovechar para editar algún artículo.– Mis asignaciones en el periódico eran francamente patéticas y no tenía realmente nada que adelantar, supongo que es una de las ventajas (y desventajas) de vivir en una ciudad pequeña como esta, así que de cualquier manera tendría el día libre.
Decidí acostarme en mi cuarto a leer un rato, aun era temprano; probablemente Derek aún no abría la tienda de su padre y seguramente Arden, mi novia, estaría demasiado ocupada en la cafetería de la villa universitaria. Tomé el pesado tomo de “La Historia de las Sucesiones”, un libro muy extraño y de poca circulación que contiene diversas hipótesis sobre la fundación de la ciudad; una lectura muy pesada y a veces hasta aburrida, pero le había prometido a Derek leerlo en un intento por entender su extraña pasión por las torretas. No pasó mucho tiempo cuando empecé a cabecear, decidí leer una página más solo para ver en qué consistiría el siguiente capítulo y fue entonces cuando el título llamó mi atención.
Orkide Guders
Por Rolph Muller
Rolph Muller fue un escritor y excelente investigador que terminó sus días encerrado en el manicomio al ocasionar daños en la base de las torretas. Sus teorías de conspiración fueron famosas hace ya muchos años y aunque no fueron muy aceptadas, a pesar de ello obtuvo mucha fama gracias a su programa de televisión. Su credibilidad terminó por los suelos tras desaparecer repentinamente al descubrir que el canal lo consideraba un mero show de entretenimiento y no le quizo patrocinar una expedición a las montañas Domen, localizadas más allá de las torretas del este en una zona prohibida, despoblada y sumamente problemática por razones misteriosas, solo para reaparecer en un estado deplorable intentando destruir la torreta del extremo este.
Francamente no esperaba encontrar ningún texto de su autoría, la mayoría de sus libros fueron reciclados y dejaron de imprimirse poco después de ser encerrado. Me sentí obligado a continuar mi lectura, solo para descubrir que el capítulo no era lo que yo esperaba; era un mero análisis de un extracto de uno de los libros perdidos de Muller. Sin embargo el contenido del extracto en sí me resultó sumamente interesante, hablaba de una antigua y extremadamente avanzada civilización de humanos cuyos sentidos se adaptaban perfectamente a cualquier ambiente de manera que sus avances tecnológicos no se enfocaban en la supervivencia sino en la obtención de conocimiento. Según el texto los primeros fundadores ocasionaron la desaparición de esa cultura, quienes se retiraron pacíficamente a pesar de tener una “grandiosa fuerza guerrera” y posteriormente construyeron las torretas por temor a que volvieran a expropiar las tierras que por derecho les pertenecían aunque jamás volvieron a ver a ninguno de esos individuos; por supuesto que siendo un texto de Muller contenía ridículas suposiciones sobre el aspecto de esta especial raza de humanos que, en mi opinión, caricaturizaban a estas míticas criaturas.
Decidí salir en cuanto terminé el texto, tal vez Derek podría saber dónde continuar leyendo el texto de Muller o incluso donde conseguir más.
Mi decepción fue grande al descubrir que la tienda de su padre se encontraba cerrada. Según Yris, la señora de la florería de un lado, tampoco habían abierto el lunes lo cual me extrañó poco. Ni Derek ni su padre podían considerarse las personas más trabajadoras de la ciudad. Vagué un rato por la ciudad, no deseaba ir a buscar a Derek a su casa. No quería que nadie me viera por esos rumbos, mi padre se enteraría inmediatamente y no quería ocasionar un disgusto. Además el padre de Derek siempre intentaba convencerme de que me rebelara a mis padres y me uniera al movimiento disidente “No sabes el empuje que le darías al movimiento al ser hijo de un sargento…”
Esperé a que pasaran las horas complicadas de las mañanas y me dirigí a la cafetería de Arden.
No me sentí aliviado cuando vi que el sargento era nada más y nada menos que el padre de Sid. Mi padre le había hecho su trabajo muy difícil en los últimos meses, no tenía ningún motivo para ayudarme.
– ¡Por favor no me deje aquí! Prometo… prometo no decir nada. – Supliqué, mientras cerraban la oscura celda. Él sacudió la cabeza y contestó con un dejo de tristeza – Conoces las reglas, hijo, no hay nada que pueda hacer por tí. No hay manera de hacer más… llevadera tu estadía, con tu padre afuera causando problemas dudo que alguien te apoye.
El juicio había sido rápido, el padre de Sid había estado presente y a pesar de no haber dicho nada en ningún momento supe que estaba en graves aprietos al ver la expresión en su rostro al descubrir que mi mochila estaba llena con los artefactos que había recogido en otras ocasiones. Debí dejarlos en casa, pero con mi padre husmeando entre mis cosas me había parecido lo más prudente. Y ahora el haberlos traído conmigo sólo había hecho mi sentencia más… Definitiva.