Se encontraba justamente en la celda donde yo había sido encerrado 3 años atrás. Sus facciones eran grotescas; más similares a las de los Guders que a las de los humanos, pero mucho más exageradas.
Escuchaba la voz de Sid a lo lejos llamando mi nombre desesperadamente, pero no dejaba de ver a esa… criatura. Definitivamente era un Ugdul.
Este era el fin y lo sabía…
Imágenes de recuerdos lejanos y rostros borrosos.
«¿Cuánto tiempo llevo aquí?» Esa pregunta seguía apareciendo por mi mente.
–¡Continúa! –exclamó aquel que llamaban Jaeger.
Hacía calor.
–No podemos seguir así, nos está alentando demasiado -dijo la voz de la chica.
–¡Matémoslo!
–¡No podemos hacerlo Jaeger! ¡Entiéndelo de una buena vez! –habló un tercero.
–¿Y por qué no lo amarramos? Así no podrá seguirnos ni delatar nuestra posición –se escuchó nuevamente la voz femenina.
–Creo que será lo mejor. No podemos comprometer la misión.
Luz. Mucha luz.
Dolor.
¿Por qué?
Sigo despierto y sigo pensando.
Todo es un desierto y yo sólo camino en él.
Me siento en medio de la nada y lloro.
La presión en mi pecho se hace cada vez más fuerte, tanto que dejo de pensar.
–Listo, ya no podrá moverse –dijo satisfecho Jaeger, creo, con un último apretón a las cuerdas.
–¿No crees que es demasiado? Así de seguro morirá por deshidratación.
–Toma – una botella de líquido con tonos cobre cayó a la tierra junto a mí –. Eso deberá ser suficiente para cuando te encuentren o logres zafarte.
Los tres se volvieron sombras. Me quedé solo.
Las sombras vuelven y yo me convierto en una de ellas.
«¿Quién soy yo? »
La tierra transcurre entre mis pies. El fuego emerge de las grietas. Los mares se vuelven negros. Pero la imagen que permanece es la terrible torreta; esa maldita torreta.
Y ahora yo soy la torreta. Me veo en sus muros y me fundo en su piedra.
Me veo de lejos mientras abandono mi cuerpo.
–Quítenle la soga. Lo llevaremos prisionero.
–¡Señor, no debemos!, conoce las reglas – era una voz suave y temerosa.
–¡Y tus reglas son acatar las órdenes soldado! ¡Estamos en Guerra! –exclamó eufórico el primero en hablar.
Sentí como las ataduras se liberaban, pero mis ojos no tenían fuerza suficiente para abrirse y dar un vistazo al entorno.
Tomaron mi cuerpo y lo llevaron por caminos sinuosos. Todo daba vueltas.
Más luz me inundó.
–¿queu sasubesu?, ¿coulik lis deutenemous?
El eco envolvía todo lo que escuchaba con mis oídos casi sordos. Las sílabas se mezclaban entre sí en oraciones absurdas e ininteligibles.
De pronto, todo era tan efímero. Las palabras ya no tenían sentido. La razón perdía cordura en un laberinto de términos y voces lejanas.
Al final la oscuridad regresó. Y con ella, volvieron las sombras y volvió esa celda vacía. Sin nadie alrededor. Sin un guardia que cuidara.
Otra vez no existen los sentidos, no existen los recuerdos, no existen los sueños, no existe la esperanza, no existe el tiempo, no existen los años, no existen los días y NO EXISTEN LOS MARTES.