– Espera ! – se escuchó una voz a mis espaldas
– Enja ! ya basta ! – gritó una segunda voz
Pero no miré hacia atrás.
Seguí corriendo a lo largo del cinturón de grava que se extendía por todo el coliseo. Normalmente los chicos son mucho más rápidos que yo pero cuando lo que se requiere es resistencia no hay nadie que me supere. Hoy en especial tenía bastante energía, solo pudieron completar media vuela antes de que los alcanzara y empezaran a morder mi polvo, y después de 1 hora ya les llevaba 9 vueltas de ventaja.
– ¿Qué pasa debiluchos?! – les grité con mi característico tono burlón cuando los volví a alcanzar – ¿Ya se cansaron? –
– ¿Qué es lo que te pasa a ti?! ¿Acaso eres una máquina? – jadeó Jaeger mientras se tiraba al piso
– Tengo la teoría de que Enja tiene la habilidad de absorber la energía de otras personas inconscientemente – comentó Sigstein, tirándose junto a Jaeger – Y por una extraña razón solo funciona los Martes.
– No empieces con tus cuentos para niños – se quejó Jaeger
– ¿Tienes alguna mejor explicación? La cantidad de energía que tiene los Martes es inhumana –
– Están exagerando. Probablemente sea simplemente la bendición de Palggan – respondí deteniéndome junto a ellos
– No me sabía que tu también creías en esas tonterías, si fuera verdad entonces el maldito de Keom me debe una de esas – rezongó Jaeger
– Oye! no te quejes de haber nacido en Lunes, estás mucho mejor posicionado que yo – dijo Sigstein con una voz dolida
Siguieron discutiendo acerca de todas las ventajas y desventajas que recibía una persona de acuerdo a que tan cercano había nacido en Martes. Me acosté sobre el pasto y contemplé el techo de granito que era nuestro cielo. Siempre me he preguntado cómo será el cielo en la superficie, unos dicen que es tan brillante que no puedes ver mientras que otros dicen que es tan infinito que te hace sentir tan pequeño como un gusano.
Luego recordé que tenemos cosas que hacer.
– Dejen de pelearse, necesitamos llegar al templo antes del mediodía – exclamé mientras me levantaba.
– Ahhh! cierto – dijo Sigstein
– No entiendo por qué tenemos que ir al templo mayor para dar la ofrenda en lugar de ir al templo al que siempre vamos – comentó Jaeger
– Es un favor que recibimos del General por nuestro desempeño en la última misión. Si no vamos lo podría tomar como un insulto – explicó Sigstein
– Vamos Jaeger, ¿Dónde quedó tu sentido de la aventura? ¿No te da curiosidad entrar a un lugar que no está abierto normalmente al público? – lo cuestioné
– Supongo que tienes razón. Vamonos! – respondió Jaeger, y juntos partimos hacia el centro de la ciudad en donde se encontraba el templo mayor, hogar de los 7 dioses de nuestra civilización.
La última vez que había entrado al templo mayor sólo tenía 6 años pero el interior era tal y como lo recordaba.
En el centro del templo se encuentra una estatua a nuestro Dios supremo: Palggan, nacido en Martes, señor del fuego, la sangre y la guerra; es representado por un guerrero fornido y ataviado en armadura de obsidiana, en su brazo derecho una blande una espada de piedra y en el derecho una antorcha encendida.
A su lado derecho se puede vislumbrar a su hermano, Paran, nacido en Miércoles, amo del agua, los terremotos y la espontaneidad; su larga barba caía al suelo y se enrollaba en su tridente varias veces. Después se encuentra una anciana con piel arrugada, vestido hecho de flores y lianas en lugar de cabello; ella es Nok, nacida en Jueves, madre de la naturaleza, los animales y la paz. Finalizaba con la estatua más extraña de las 7, un gigante de metal con cabello de oro, piel de plata, ropa de cobre, escudo de piedra y mazo de acero; Noran, nacido en Viernes, capataz de las piedras, el metal y la fuerza.
Por la izquierda está la estatua de un joven esbelto envuelto en una túnica que le cubre todo excepto el rostro; el es Keom, nacido en Lunes, príncipe de la oscuridad, el veneno y el miedo. Era seguido por Hin, hermosa doncella en vestido blanco que sostiene un brillante báculo; nacida en Domingo, amante de la luz, el cristal y la sabiduría. Al extremo la estatua de Gal completa el panteón, nacida en Sábado, amiga de la tierra, la cosecha y la humildad; una pequeña niña con flores en el cabello cargando una canasta con manzanas doradas.
– Wow! – gritó Jaeger impresionado – Tenían razón el templo mayor es definitivamente mucho mejor que cualquier otro –
– Silencio! están en un lugar sagrado – lo regañó un fornido acólito de Noran que caminaba cerca de nosotros.
– Terminemos rápido con esto ¿quieren?, hagan sus ofrendas y nos vemos de regreso aquí en 10 minutos – sugirió Sigstein
Jaeger asintió y se dirigió a regañadientes a la estatua del encapuchado, mientras Sigstein caminaba solemnemente hacia la de Hin.
A pesar que eramos las únicas personas en el templo además de los acólitos, las estatuas estaban llenas de ofrendas. Tomé la botella de aceite rojizo, mi ofrenda a Palggan, y caminé hacia el centro del templo. Subí los 3 escalones que daban acceso a la base de la estatua, removí el corcho de la botella y vertí el brillante aceite en la alberca de piedra que recogía el líquido y lo transportaba hasta los pies del dios. Regresé al piso y me observé detenidamente la estatua, los rasgos del rostro eran mucho más detallados de lo que estaba acostumbrada, la luz y las chispas que desprendía la antorcha jugaban con las sombras y hacían parecer que estaba vivo.
Justo antes de que apartara la vista observé como una de las chispas saltó de la antorcha y empezó a planear por el aire, como no se apagaba seguí su trayectoria hasta que fue a posarse en la alberca de aceite. El familiar sonido del despertar del fuego inundó el templo acompañado del dulce aroma del aceite y el arrullador sonido del crepitar de las nuevas llamas. Por un momento todo el templo se sumió en un silencio fúnebre, era como si las llamas quemaran todos los sonidos de alrededor, pero pronto el hechizo se rompió y todo el templo se sumió en el caos.
– Salve dios padre Palggan! Te agradecemos por tu bendición! – empezaron a gritar los acólitos rojos y poco a poco se le unieron los demás.
Me quedé atónita viendo el fuego que quemaba los pies de la estatua, sabía muy bien lo que significaba: guerra. Un augurio de guerra se presentó ante mi, y el más grande de todos siendo la estatua del templo mayor la que se encontraba en llamas. Después de unos segundos me desperté de mi trance y corrí hacia la entrada esperando encontrar a los chicos.
Hace más de 200 años que no había habido fuego en el templo mayor, y ahora el General y el Sumo Sacerdote tenían el pretexto perfecto para obligar al Rey a firmar la orden bélica.
La guerra contra los habitantes de la superficie empezará muy pronto. Demasiado pronto…..