Me era imposible conciliar el sueño, tal y como habíamos predicho el rey acababa de firmar la orden bélica y las ceremonias para los dioses comenzarían al día siguiente. Mi túnica roja para la presentación de ofrendas se encontraba colgada en mi perchero junto a la silla donde mi uniforme de combate se encontraba perfectamente doblado. El contraste me parecía casi absurdo y aterrador. Incluso los colores de mis prendas parecían estar librando una feroz batalla por mi atención. Me levanté de mi cama y me puse una bata, no me tomé la molestia de ponerme nada más a pesar de que mis ropas de cama eran muy ligeras. Las posibilidades de que hubiera alguien en el jardín que estaba más allá de la pista eran escasas y aun cuando me encontrase a alguien en el camino estaba segura de que nadie me molestaría, así que me dirigí hacia ese lugar para meditar un rato.

 

El pasto estaba húmedo, pero no me importó. Me recosté con las manos entrelazadas bajo la nuca, sintiendo el frío recorrer mi espalda erizando mi piel a su paso y cerré los ojos. Había sido testigo de lo que muchos consideraban un milagro, sin embargo me sentía  intranquila, como si mi algo estuviera presionando mi pecho contra mi corazón. -¿Enja? ¿Eres tú? – Escuché decir a Jaeger, abrí los ojos buscándolo en la oscuridad y encontrandolo en el caminito que había recorrido hacía unos minutos. – ¿Tú tampoco puedes dormir? – le pregunté al tiempo que se sentaba junto a mí, podía ver la silueta de su rostro mirando hacia la base. -No- dijo negando con la cabeza – Fui a buscar a Sig, pero estaba acompañado de alguien que sonaba sospechosamente similar a 23 cuando entrenamos con pesas – no pude evitar reírme ante dicha confesión. – Vaya, ¿quién lo diría? Nuestro joven y valiente amigo aprovechando los que podrían ser sus últimas horas en este mundo – respondí con un dejo de maldad. – Luego fui a buscarte a tí – continuó – pero no estabas en tu habitación. Recordé cuando nos escapabamos sin Sig y pensé que tal vez me sentiría mejor aquí. No sabía que todavía venías por las noches… – Los dos guardamos silencio y mi cabeza se llenó de imágenes de noches de rebeldía con ese rostro sonriente que tan bien conocía. Podía sentir la música dentro de mis huesos, las canciones, el calor de su cuerpo. También pude sentir el dolor de la separación, de sus palabras y de las mías.

 

– Estoy asustado, Enja – dijo abruptamente Jaeger interrumpiendo todas las memorias de unos años atrás – toda nuestra vida entrenando, simulando y ahora todo es tan real. No sé si estoy listo para esto – me incorporé, tomé su mano y recargue mi cabeza en su hombro. Él volteó a verme, soltó mi mano y a cambio rodeó mi cintura con su brazo. -No estarás solo Jaeger y no te dejaré morir- afirme, intentando que mi voz no temblara. Jaeger colocó su mano libre en mi barbilla y levantando mi rostro suavemente me besó.

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– ¡Mamá! – grité al entrar a la casa. -¿Dónde estás? – pregunté aventando mi chaqueta al suelo. Me dirigí al estudio donde seguramente la encontraría leyendo, pero al abrir la puerta me encontré a mi mamá sentada frente a un oficial de la A.P.

 

– Hijo, el oficial Ledvina necesita hablar contigo ¿lo recuerdas? Es amigo de tu padre. – explicó incapaz de ocultar los nervios. – Si, lo recuerdo – respondí extendiendo la mano para saludar al oficial. – Buenas noches, oficial. ¿Hay algo en lo que pueda ayudarle? ¿Tiene algo que ver con Derek? – mi madre se llevó una mano a la boca. – ¿Lo sabes? Sid, hijo ¿tienes algo que ver con esto? – Levanté mi mano y negué con la cabeza para tranquilizarla . – Lo escuché en la cafetería de la universidad, ¿qué sucedió? – Ledvina levantó un sobre que no había notado de la mesa de centro sacó una fotografía de mi amigo y me la entregó. – Sid ¿cuándo fue la última vez que viste a Derek Travers? – preguntó mientras examinaba la imagen. Noté que sus ropa era la mismas con la que lo había visto apenas la noche anterior, tendría que admitir que le había mentido a mis padres.

 

– Lo vi ayer por última vez, empezaba a oscurecer cuando lo dejé en la pradera Riggs. Mencionó que iba a esperar un rato más antes de irse a casa – expliqué – lo siento, mamá. – Podía ver la angustia dibujada en su rostro y la decepción se asomaba en sus ojos. – No hice nada malo, ni nada ilegal ¿o sí? – pregunté al oficial.  – No Sid pero, ¿notaste si Derek llevaba algo consigo? – Si, Derek siempre carga una mochila, por lo general lleva libros conspiracionistas y algunas revistas. En ocasiones me muestra herramientas y dispositivos de uso común que él y su padre arreglan en la tienda. – respondí. – ¿Te ha mostrado algún artefacto… Erhm… De los que prohíbe la ciudad? -inquirió. Negué con la cabeza. El interrogatorio siguió hasta muy entrada la noche y cuando el oficial por fin se retiró, no sin antes recordarme las sentencias por robo y exposición de artefactos, me sentía emocional y físicamente agotado.  

 

Mi madre acompañó a Ledvina a la puerta, mis pensamientos estaban fuera de control y por un momento me invadió un terrible mareo. No escuché los pasos de mi mamá, pero al levantar la mirada la vi parada en la puerta observandome y sin decir se retiró a su habitación.

 

Entrar a la cafetería de Arden me llenó de una tranquilidad muy familiar. Hay algo en ese lugar que siempre me sorprende, ya sea que esté enojado, triste o simplemente aburrido, al momento en el que entro a la cafetería mi mal humor se desvanece como por arte de magia. No estoy seguro si sea el penetrante olor a café mezclado con el de las flores frescas que Arden prepara día a día, o el perfecto orden en el que se encuentran todas las pequeñas mesas, o tal vez simplemente sea Arden, su larga melena cuidadosamente recogida en una cola de caballo brincaba al caminar por la tienda,el delantal azul que le regalé en su último cumpleaños resaltaba su cintura y los pequeños lentes que siempre trae puestos ocultan casualmente su belleza. El sonido de la campanilla de la entrada desvió su atención hacia mí, y al verme lanzó una sonrisa que me dejó embobado con la perilla en la mano.

– Hola guapo! – me recibió cuando dejó de atender a la única mesa ocupada del lugar. -¿No vas a entrar?

– Claro -respondí tontamente.

– Pensé que ibas a pasar el día con tu papá, era de lo único que hablabas en los últimos días –

– No estoy seguro, simplemente canceló – expliqué mientras nos sentábamos en la barra.

– Awww, siento escuchar eso. Seguramente te lo compensará con otra visita algún otro día, por lo pronto esto te animará – dijo Arden y me puso enfrente mi café frío favorito.

 

Continuamos hablando de varias cosas durante más de una hora, pero lo que en realidad estábamos haciendo era esperar a que los clientes de la cafetería se fueran.  A pesar de que Arden es una chica muy dulce también es muy tímida y no puede soportar muestras de afecto en público, así que usualmente esperamos a que la cafetería esté sola para realmente entrar en nuestro papel de novios.

– No creo que tarden mucho, han estado aquí bastante tiempo – susurró Arden, claramente impaciente.

– Tengo la sospecha que la Sra. Samer sabe perfectamente qué pasará cuando se vaya y sólo está haciendo tiempo con la esperanza que llegue otro cliente – comenté

Arden se volteó y me dio un ligero golpe en el hombro – Ella nunca haría algo así y lo sabes! –

– En realidad no lo sabemos – contesté mientras sigilosamente le picaba la panza por debajo de la barra.

– Basta! – susurró entre dientes e intentaba defenderse con una mano.

La Sra. Samer volteó hacia la barra y entrecerró los ojos, nosotros le ofrecimos nuestras mejores sonrisas inocentes y continuamos hablando.

 

Después de unos minutos al fin los clientes pidieron la cuenta y se preparaban para salir, pero para nuestra desgracia la puerta de la cafetería se abrió para dejar entrar a otro cliente.

– Gyn! Ohhhh al fin! Te he estado buscando por todas partes. No te vas a creer lo que ha pasado. – gritó agitadamente una señora que desconocía pero que claramente era amiga de la Sra. Samer.

– Tranquila tranquila ¿Qué pasó?. Arden cariño, tráele un té negro ¿quieres? – pidió Samer.

– No quiero nada! No entiendes Gyn, pero si es que han atrapado a tu sobrino robando artefactos a la ciudad! – respondió la desconocida.

Escuchar eso me sorprendió bastante, robar artefactos era uno de los peores crímenes qué alguien pudiera cometer alguien y era normalmente castigado con la pena máxima. Sentí a Arden tensarse a mi lado y al voltearme su rostro estaba lívido, y entonces me golpeó, la Sra. Samer tenía un único sobrino y ese sobrino era…

Al ver que había comprendido la situación Arden me miró a los ojos, me dio un beso en la mejilla  y se despidió con su usual. – No hagas nada tonto, ¿ok? –

 

Salí corriendo de la cafetería y me dirigí al centro.

Todavía no me lo podía creer. Seguramente mi padre sabía de esto y me lo había ocultado pero al final este tipo de noticias siempre terminan esparciéndose como fuego. Sólo pensaba en que tenía que hacer algo para ayudarle pero también entendía que mi padre no podría ni querría hacer nada; una sola persona podría ayudarle pero el simple hecho de considerarlo me helaba la sangre.

Me detuve a recuperar el aliento y después de decidir qué era la única forma, cambié de dirección hacia el lugar que más odiaba para ver a la persona que juré nunca volver a ver…..

Se encontraba justamente en la celda donde yo había sido encerrado 3 años atrás. Sus facciones eran grotescas; más similares a las de los Guders que a las de los humanos, pero mucho más exageradas.

Escuchaba la voz de Sid a lo lejos llamando mi nombre desesperadamente, pero no dejaba de ver a esa… criatura. Definitivamente era un Ugdul.

Este era el fin y lo sabía…


Imágenes de recuerdos lejanos y rostros borrosos.

«¿Cuánto tiempo llevo aquí?» Esa pregunta seguía apareciendo por mi mente.

–¡Continúa! –exclamó aquel que llamaban Jaeger.

Hacía calor.

–No podemos seguir así, nos está alentando demasiado -dijo la voz de la chica.

–¡Matémoslo!

–¡No podemos hacerlo Jaeger! ¡Entiéndelo de una buena vez! –habló un tercero.

–¿Y por qué no lo amarramos? Así no podrá seguirnos ni delatar nuestra posición –se escuchó nuevamente la voz femenina.

–Creo que será lo mejor. No podemos comprometer la misión.

 

Luz. Mucha luz.

Dolor.

¿Por qué?

Sigo despierto y sigo pensando.

Todo es un desierto y yo sólo camino en él.

Me siento en medio de la nada y lloro.

La presión en mi pecho se hace cada vez más fuerte, tanto que dejo de pensar.

 

–Listo, ya no podrá moverse –dijo satisfecho Jaeger, creo, con un último apretón a las cuerdas.

–¿No crees que es demasiado? Así de seguro morirá por deshidratación.

–Toma – una botella de líquido con tonos cobre cayó a la tierra junto a mí –. Eso deberá ser suficiente para cuando te encuentren o logres zafarte.

Los tres se volvieron sombras. Me quedé solo.

Las sombras vuelven y yo me convierto en una de ellas.

«¿Quién soy yo? »

La tierra transcurre entre mis pies. El fuego emerge de las grietas. Los mares se vuelven negros. Pero la imagen que permanece es la terrible torreta; esa maldita torreta.

Y ahora yo soy la torreta. Me veo en sus muros y me fundo en su piedra.

Me veo de lejos mientras abandono mi cuerpo.

–Quítenle la soga. Lo llevaremos prisionero.

–¡Señor, no debemos!, conoce las reglas – era una voz suave y temerosa.

–¡Y tus reglas son acatar las órdenes soldado! ¡Estamos en Guerra! –exclamó eufórico el primero en hablar.

Sentí como las ataduras se liberaban, pero mis ojos no tenían fuerza suficiente para abrirse y dar un vistazo al entorno.

Tomaron mi cuerpo y lo llevaron por caminos sinuosos. Todo daba vueltas.

Más luz me inundó.

–¿queu sasubesu?, ¿coulik lis deutenemous?

El eco envolvía todo lo que escuchaba con mis oídos casi sordos. Las sílabas se mezclaban entre sí en oraciones absurdas e ininteligibles.

De pronto, todo era tan efímero. Las palabras ya no tenían sentido. La razón perdía cordura en un laberinto de términos y voces lejanas.

Al final la oscuridad regresó. Y con ella, volvieron las sombras y volvió esa celda vacía. Sin nadie alrededor. Sin un guardia que cuidara.

Otra vez no existen los sentidos, no existen los recuerdos, no existen los sueños, no existe la esperanza, no existe el tiempo, no existen los años, no existen los días y NO EXISTEN LOS MARTES.

– Es solo un muchacho…

– ¿Acaso eso importa? ¡Conoces las reglas!

 

Estaba mareado, muy mareado y el fuerte olor en mi nariz no mejoraba la situación. No entendía qué era lo que estaba pasando y al abrir los ojos me invadió un pánico aterrador al darme cuenta de que no sabía dónde me encontraba. Las voces a mi alrededor me eran por completo desconocidas.

 

– Tenemos que llamar al sargento, él decidirá qué hacer con él – Entonces todo volvió a mi. La oscuridad había desaparecido, reemplazada por un brillante foco que iluminaba por completo ese pequeño cuarto de paredes de manchado concreto. Mis piernas, brazos, cintura y cuello estaban incómodamente atados a una fría silla de metal que se encontraba fijamente atornillada al suelo. Delante de mí dos uniformados fuertemente armados discutían entre ellos ignorando a un tercero que sostenía un algodón con una apestosa sustancia bajo mi nariz. – Está despierto. – Dijo mirándome fijamente, la expresión en su rostro me resultó perturbadora y mis náuseas se hicieron más fuertes. Finalmente no pude contener más el vómito. La atadura en mi garganta se tensaba con cada arcada rozando dolorosamente mi piel.

 

– Te metiste en un grandísimo problema, muchacho…


 

No era inusual que llamaran a mi padre en horas inusuales, con los disidentes rondando y las manifestaciones recientes era perfectamente normal y yo ya había aprendido a no darles importancia; tal vez fue por eso que no escuché el teléfono sonar tan tarde por la noche.

 

Mi padre trabajaba a deshoras a veces por las noches, a veces durante el día, en ocasiones podía pasar una semana sin verlo, sólo mi madre parecía estar más o menos enterada de sus andares y ya llevaba un par de noches sin volver a casa; pero de todas maneras esperaba verlo esa mañana para ir a la prometida visita a las torretas. Bajé a desayunar más temprano que lo usual y mi madre ya estaba lista con un sustancioso desayuno.

– Buenos días, hijo. Te ves muy bien hoy…– Mi madre nunca ha sido buena para esconder las buenas noticias, pero de vez en cuando se sale con la suya. No es así con las malas noticias, su cara evidencia siempre su descontento.

– ¿Qué sucede, mamá? – ¡Ay hijo, lo lamento mucho! No quería ser yo la que provocara tu “marhumor”, tu padre llamó hace un rato. No creo que pueda llevarte a las torretas hoy.– Explicó mientras retorcía nerviosamente un trapo de cocina. – No te preocupes, encontraré algo qué hacer. De todas maneras pedí el día en el periódico, podría aprovechar para editar algún artículo.– Mis asignaciones en el periódico eran francamente patéticas y no tenía realmente nada que adelantar, supongo que es una de las ventajas (y desventajas) de vivir en una ciudad pequeña como esta, así que de cualquier manera tendría el día libre.

 

Decidí acostarme en mi cuarto a leer un rato, aun era temprano; probablemente Derek aún no abría la tienda de su padre y seguramente Arden, mi novia,  estaría demasiado ocupada en la cafetería de la villa universitaria. Tomé el pesado tomo de “La Historia de las Sucesiones”, un libro muy extraño y de poca circulación que contiene diversas hipótesis sobre la fundación de la ciudad; una lectura muy pesada y a veces hasta aburrida, pero le había prometido a Derek leerlo en un intento por entender su extraña pasión por las torretas. No pasó mucho tiempo cuando empecé a cabecear, decidí leer una página más solo para ver en qué consistiría el siguiente capítulo y fue entonces cuando el título llamó mi atención.

 

Orkide Guders

Por Rolph Muller

 

Rolph Muller fue un escritor y excelente investigador que terminó sus días encerrado en el manicomio al ocasionar daños en la base de las torretas.  Sus teorías de conspiración fueron famosas hace ya muchos años y aunque no fueron muy aceptadas, a pesar de ello obtuvo mucha fama gracias a su programa de televisión.  Su credibilidad terminó por los suelos tras desaparecer repentinamente al descubrir  que el canal lo consideraba un mero show de entretenimiento y no le quizo patrocinar una expedición a las montañas Domen, localizadas más allá de las torretas del este en una zona prohibida, despoblada y sumamente problemática por razones misteriosas, solo para reaparecer en un estado deplorable intentando destruir la torreta del extremo este.

 

Francamente no esperaba encontrar ningún texto de su autoría, la mayoría de sus libros fueron reciclados y dejaron de imprimirse poco después de ser encerrado. Me sentí obligado a continuar mi lectura, solo para descubrir que el capítulo no era lo que yo esperaba; era un mero análisis de un extracto de uno de los libros perdidos de Muller. Sin embargo el contenido del extracto en sí me resultó sumamente interesante, hablaba de una antigua y extremadamente avanzada civilización de humanos cuyos sentidos se adaptaban perfectamente a cualquier ambiente de manera que sus avances tecnológicos no se enfocaban en la supervivencia sino en la obtención de conocimiento. Según el texto los primeros fundadores ocasionaron la desaparición de esa cultura, quienes se retiraron pacíficamente a pesar de tener una “grandiosa fuerza guerrera” y posteriormente construyeron las torretas por temor a que volvieran a expropiar las tierras que por derecho les pertenecían aunque jamás volvieron a ver a ninguno de esos individuos; por supuesto que siendo un texto de Muller contenía ridículas suposiciones sobre el aspecto de esta especial raza de humanos que, en mi opinión, caricaturizaban a estas míticas criaturas.

Decidí salir en cuanto terminé el texto, tal vez Derek podría saber dónde continuar leyendo el texto de Muller o incluso donde conseguir más.

 

Mi decepción fue grande al descubrir que la tienda de su padre se encontraba cerrada. Según Yris, la señora de la florería de un lado, tampoco habían abierto el lunes lo cual me extrañó poco. Ni Derek ni su padre podían considerarse las personas más trabajadoras de la ciudad. Vagué un rato por la ciudad, no deseaba ir a buscar a Derek a su casa. No quería que nadie me viera por esos rumbos, mi padre se enteraría inmediatamente y no quería ocasionar un disgusto. Además el padre de Derek siempre intentaba convencerme de que me rebelara a mis padres y me uniera al movimiento disidente “No sabes el empuje que le darías al movimiento al ser hijo de un sargento…”

 

Esperé a que pasaran las horas complicadas de las mañanas y me dirigí a la cafetería de Arden.

 


 

No me sentí aliviado cuando vi que el sargento era nada más y nada menos que el padre de Sid. Mi padre le había hecho su trabajo muy difícil en los últimos meses, no tenía ningún motivo para ayudarme.

– ¡Por favor no me deje aquí! Prometo… prometo no decir nada. – Supliqué, mientras cerraban la oscura celda. Él sacudió la cabeza y contestó con un dejo de  tristeza – Conoces las reglas, hijo, no hay nada que pueda hacer por tí. No hay manera de hacer más… llevadera tu estadía, con tu padre afuera causando problemas dudo que alguien te apoye.

 

El juicio había sido rápido, el padre de Sid había estado presente y a pesar de no haber dicho nada en ningún momento supe que estaba en graves aprietos al ver la expresión en su rostro al descubrir que  mi mochila estaba llena con los artefactos que había recogido en otras ocasiones. Debí dejarlos en casa, pero con mi padre husmeando entre mis cosas me había parecido lo más prudente. Y ahora el haberlos traído conmigo sólo había hecho mi sentencia más… Definitiva.

 

– Espera ! – se escuchó una voz a mis espaldas

– Enja ! ya basta ! – gritó una segunda voz

Pero no miré hacia atrás.

Seguí corriendo a lo largo del cinturón de grava que se extendía por todo el coliseo. Normalmente los chicos son mucho más rápidos que yo pero cuando lo que se requiere es resistencia no hay nadie que me supere. Hoy en especial tenía bastante energía, solo pudieron completar media vuela antes de que los alcanzara y empezaran a morder mi polvo, y después de 1 hora ya les llevaba 9 vueltas de ventaja.

– ¿Qué pasa debiluchos?! – les grité con mi característico tono burlón cuando los volví a alcanzar – ¿Ya se cansaron? –

– ¿Qué es lo que te pasa a ti?! ¿Acaso eres una máquina? – jadeó Jaeger mientras se tiraba al piso

– Tengo la teoría de que Enja tiene la habilidad de absorber la energía de otras personas inconscientemente – comentó Sigstein, tirándose junto a Jaeger – Y por una extraña razón solo funciona los Martes.

– No empieces con tus cuentos para niños – se quejó Jaeger

– ¿Tienes alguna mejor explicación? La cantidad de energía que tiene los Martes es inhumana –

– Están exagerando. Probablemente sea simplemente la bendición de Palggan – respondí deteniéndome junto a ellos

– No me sabía que tu también creías en esas tonterías, si fuera verdad entonces el maldito de Keom me debe una de esas – rezongó Jaeger

– Oye! no te quejes de haber nacido en Lunes, estás mucho mejor posicionado que yo – dijo Sigstein con una voz dolida

Siguieron discutiendo acerca de todas las ventajas y desventajas que recibía una persona de acuerdo a que tan cercano había nacido en Martes. Me acosté sobre el pasto y contemplé el techo de granito que era nuestro cielo. Siempre me he preguntado cómo será el cielo en la superficie, unos dicen que es tan brillante que no puedes ver mientras que otros dicen que es tan infinito que te hace sentir tan pequeño como un gusano.

Luego recordé que tenemos cosas que hacer.

– Dejen de pelearse, necesitamos llegar al templo antes del mediodía – exclamé mientras me levantaba.

– Ahhh! cierto – dijo Sigstein

– No entiendo por qué tenemos que ir al templo mayor para dar la ofrenda en lugar de ir al templo al que siempre vamos – comentó Jaeger

– Es un favor que recibimos del General por nuestro desempeño en la última misión. Si no vamos lo podría tomar como un insulto – explicó Sigstein

– Vamos Jaeger, ¿Dónde quedó tu sentido de la aventura? ¿No te da curiosidad entrar a un lugar que no está abierto normalmente al público? – lo cuestioné

– Supongo que tienes razón. Vamonos! – respondió Jaeger, y juntos partimos hacia el centro de la ciudad en donde se encontraba el templo mayor, hogar de los 7 dioses de nuestra civilización.

 

La última vez que había entrado al templo mayor sólo tenía 6 años pero el interior era tal y como lo recordaba.

En el centro del templo se encuentra una estatua a nuestro Dios supremo: Palggan, nacido en Martes, señor del fuego, la sangre y la guerra; es representado por un guerrero fornido y ataviado en armadura de obsidiana, en su brazo derecho una blande una espada de piedra y en el derecho una antorcha encendida.

A su lado derecho se puede vislumbrar a su hermano, Paran, nacido en Miércoles, amo del agua, los terremotos y la espontaneidad; su larga barba caía al suelo y se enrollaba en su tridente varias veces. Después se encuentra una anciana con piel arrugada, vestido hecho de flores y lianas en lugar de cabello; ella es Nok, nacida en Jueves, madre de la naturaleza, los animales y la paz. Finalizaba con la estatua más extraña de las 7, un gigante de metal con cabello de oro, piel de plata, ropa de cobre, escudo de piedra y mazo de acero; Noran, nacido en Viernes, capataz de las piedras, el metal y la fuerza.

Por la izquierda está la estatua de un joven esbelto envuelto en una túnica que le cubre todo excepto el rostro; el es Keom, nacido en Lunes, príncipe de la oscuridad, el veneno y el miedo. Era seguido por Hin, hermosa doncella en vestido blanco que sostiene un brillante báculo; nacida en Domingo, amante de la luz, el cristal y la sabiduría. Al extremo la estatua de Gal completa el panteón, nacida en Sábado, amiga de la tierra, la cosecha y la humildad; una pequeña niña con flores en el cabello cargando una canasta con manzanas doradas.

– Wow! – gritó Jaeger impresionado – Tenían razón el templo mayor es definitivamente mucho mejor que cualquier otro –

– Silencio! están en un lugar sagrado – lo regañó un fornido acólito de Noran que caminaba cerca de nosotros.

– Terminemos rápido con esto ¿quieren?, hagan sus ofrendas y nos vemos de regreso aquí en 10 minutos – sugirió Sigstein

Jaeger asintió y se dirigió a regañadientes a la estatua del encapuchado, mientras Sigstein caminaba solemnemente hacia la de Hin.

A pesar que eramos las únicas personas en el templo además de los acólitos, las estatuas estaban llenas de ofrendas. Tomé la botella de aceite rojizo, mi ofrenda a Palggan, y caminé hacia el centro del templo. Subí los 3 escalones que daban acceso a la base de la estatua, removí el corcho de la botella y vertí el brillante aceite en la alberca de piedra que recogía el líquido y lo transportaba hasta los pies del dios. Regresé al piso y me observé detenidamente la estatua, los rasgos del rostro eran mucho más detallados de lo que estaba acostumbrada, la luz y las chispas que desprendía la antorcha jugaban con las sombras y hacían parecer que estaba vivo.

Justo antes de que apartara la vista observé como una de las chispas saltó de la antorcha y empezó a planear por el aire, como no se apagaba seguí su trayectoria hasta que fue a posarse en la alberca de aceite. El familiar sonido del despertar del fuego inundó el templo acompañado del dulce aroma del aceite y el arrullador sonido del crepitar de las nuevas llamas. Por un momento todo el templo se sumió en un silencio fúnebre, era como si las llamas quemaran todos los sonidos de alrededor, pero pronto el hechizo se rompió y todo el templo se sumió en el caos.

– Salve dios padre Palggan! Te agradecemos por tu bendición! – empezaron a gritar los acólitos rojos y poco a poco se le unieron los demás.

Me quedé atónita viendo el fuego que quemaba los pies de la estatua, sabía muy bien lo que significaba: guerra. Un augurio de guerra se presentó ante mi, y el más grande de todos siendo la estatua del templo mayor la que se encontraba en llamas. Después de unos segundos me desperté de mi trance y corrí hacia la entrada esperando encontrar a los chicos.

Hace más de 200 años que no había habido fuego en el templo mayor, y ahora el General y el Sumo Sacerdote tenían el pretexto perfecto para obligar al Rey a firmar la orden bélica.

La guerra contra los habitantes de la superficie empezará muy pronto. Demasiado pronto…..

 

El ambiente está muy agitado. Yo estoy muy agitado. ¿Pero quién soy yo? Perdí mi identidad en el pasado. No tuve opción. Un prisionero de guerra. Eso me dijeron. Es por eso que decidí abandonar mi cuerpo. Fundirme con la roca que me rodea. Dejar de existir.

No está mal, no existir.

Cuando no existes, no existen los sentidos, no existen los recuerdos, no existen los sueños, no existe la esperanza. Cuando no existes, no existe el tiempo, no existen los años, no existen los días.

Cuando no existes, no existen los martes.

Si no me hubiera perdido, habría caído victima de la ira, la depresión y el delirio como todos los que vinieron después. ¿Quienes eran ellos? Nunca los conocí, ni entablé una conversación con uno solo. Únicamente sentía su presencia. Los observaba mientras su alma se podría lentamente.

Ahora empiezo a despertar. ¿Por qué ahora? Algo me empuja de regreso a mi cuerpo. Las paredes me rechazan. El ambiente está más tenso de lo que jamás había experimentado.

Ahora empiezo a recordar.


– ¡Muestra algo de respeto! ¿Qué no sabes que nació en martes?

Nunca entendí esta justificación. ¿Nació en martes? ¿Qué hizo el para nacer en martes?

– ¡Eso es mera coincidencia! ¡Es una idiotez que midan a las personas por el día en que nacieron!

Irónicamente, mi temperamento y mi sed de aventura eran característicos de aquellos nacidos bajo el cuidado del dios de los mares y las tormentas. El Rey de un mundo desconocido.

Ese mismo día partí.


En ese entonces hablaba impulsivamente. Hoy lo afirmo serénamente. Nosotros no somos nada para los dioses. Ningún dios aceptaría las atrocidades que se llevaron a cabo en esta torreta maldita. Ningún dios permitiría que siguiera de pie.

No se hace cuanto tiempo llegué. Algunos dirán que fue obra divina, que mi blasfémia merecía semejante castigo. La verdad es mucho más absurda.


– ¡Tu no perteneces en el frente, no estás entrenado para la guerra!

Ya había hecho esto en otros asaltos, con otros batallones. Aprovechar sus avances para escabullirme y robar artefactos de esta ciudad misteriosa.

– Será mejor que lo matemos – dijo uno de sus compañeros – si lo dejamos ir delatará nuestra posición.

Esta vez era un batallón pequeño, de élite. Yo los seguía desde lejos pero por más que intenté no pude ocultarme de ella.

– Tranquilo Jaeger, no podemos matar a uno de los nuestros…

– ¿Uno de los nuestros? – Interrumpió – ¡Este infeliz no tiene nada que ver conmigo!

– Sabes a lo que me refiero, ya pensaremos qué hacer. Por el momento debemos seguir en movimiento. – Me miró – Tu vienes con nosotros.


Mis recuerdos son opacos. Cada uno de ellos viene acompañado de dudas.

¿Cómo me llamo?

¿Cuánto tiempo llevo aquí?

¿Qué es este presentimiento que recorre mi cuerpo?

Estas dudas solo se suman a la presión que siento en mi pecho. Quisiera no haber despertado. Despierto tengo que pensar.

¿Por qué no hay nadie más en mi celda?

¿Por qué no hay ningún guardia fuera de ella?

¿Acaso hoy es martes?

¡Sid! ¡Sid! ¿Dónde estás? -grité a largo de lo que parecía un interminable pasillo de celdas.

Llevaba días buscando el momento perfecto para poder infiltrarme en las barracas de la A.P.  y era ahora o nunca. Todo el mundo estaba ocupado con los preparativos para el combate que se llevaría a cabo el próximo martes, así que nadie prestaba mucha atención al edificio del fondo donde mantenían cautivos a los prisioneros.

¡Derek! ¡Por acá! -oí a mi derecha, casi al final de las celdas.

Corrí en dirección hacia donde escuché su voz, pero conforme avanzaba, el lugar se sentía más oscuro.

Al llegar a la celda tuve que prender la linterna y fue cuando lo vi…

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3 años antes….

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En mi familia sólo somos mi padre y yo. Mi madre murió en un accidente cuando tenía 6 años y desde entonces mi padre se había encargado de cuidar de mí y en general de mi educación.

Mi padre nunca compartió este fanatismo que tengo por esos monumentos del pasado que llamamos torretas; en cambio, él forma parte de un grupo que busca derrumbarlas y disolver a la Agencia de Protección, que son quienes les dan mantenimiento. Ellos creen que tener edificaciones bélicas sólo puede traer consecuencias negativas y que el esfuerzo, tiempo y dinero que se consume por conservarlas, bien podría ser utilizado en algo mucho más benéfico para la ciudad.

 

¿Y qué harás mañana? ¿Ya tienes pensado algo inesperado?, recuerda que mañana es Martes –dije mientras me recostaba en el césped.

No tienes que recordármelo. Sabes que odio los martes y no hay forma de que lo olvide –respondió Sid.

Sid es mi mejor amigo, o en realidad, mi único amigo. Yo siempre fui objeto de burla por mi extraña obsesión con la torretas, así que nunca me fue fácil relacionarme con los demás y ciertamente, no es que estuviera muy interesado.

Sid es un gran chico, es atlético, es inteligente y sobre todo tiene un gran sentido del humor. Lo único extraño en él es su comportamiento los días Martes. Es como si toda su chispa se esfumara y perdiera el sentido de la vida. Supongo que esa es la razón por la cual tampoco tiene muchos amigos y se junta con un chico tan extraño como yo.

Creo que me limitaré a existir; como cada martes… –dijo Sid con un tono deprimente.

Pues yo iré a ver más de cerca una de esas torretas, ¿no quieres venir?

Sid se espabiló repentinamente –No estarás hablando en serio, ¿o sí? Sabes perfectamente que está estrictamente prohibido para los civiles acercarse.

Pero tú sabes que muero por conocerlas y me parece una perfecta idea usar el martes para escabullirnos por ahí; Así si nos atrapan, tu papá puede sacarnos y tú puedes dar la excusa de que estabas haciendo algo “inesperado” –expliqué con una gran sonrisa en el rostro.

“Ja ja”.  Y querrás decir que me sacará a mí; Tú en cambio te pudrirías en la prisión de la A.P.

Vaya que eres aguafiestas –dije mientras me giraba hacia el lado contrario a Sid.

No le caes bien a mi padre y eso también lo sabes, especialmente por todo ese bullicio que hace tu padre en contra de la A.P. –dijo Sid un tanto serio.

Lo sé… A veces me gustaría ser hijo de alguien más… –concluí.

 

La tarde comenzaba a tornarse de un color rojizo. Las torretas brillaban a lo lejos con un tono peculiar y yo no podía dejar de pensar en ellas.

Será mejor que me vaya. Supongo que nos veremos en unos días –dijo Sid al levantarse y sacudirse el polvo del pantalón.

Supongo que sí…

¿No vienes? –preguntó Sid.

Creo que me quedaré un rato más; me gusta ver como se difumina la silueta de las torretas con el sol.

Vaya que eres extraño –dijo burlonamente y se marchó.

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«Lo siento Sid, pero es un riesgo que debo tomar » pensé unas horas después mientras corría entre la oscuridad de la torreta del extremo sur con una mochila en la espalda y en lo que parecía un laberinto de máquinas antiguas.

Días antes había encontrado una especie de diario en las ruinas que frecuentaba no muy lejos de ahí. La escritura era bastante similar a la actual, pero usaba términos que no conocía como “Ugdul” y “Trindan”. Sin embargo, lo más impactante era la historia que describía en las últimas páginas y sentí que era mi deber confirmarla.

Avancé un poco más. Todo parecía indicar que había llegado al punto descrito en el antiguo texto. Busqué rápidamente en la mochila y saqué nuevamente el diario para confirmar… ¡Bam! Un dolor en la nuca me paralizó. Todo se tornó negro…

Yo nací en martes y como todos los niños nacidos en martes, fui entrenada en el arte de la guerra en honor a nuestros dioses, desde el momento en que aprendí a caminar. No veía mucho a mi familia y teníamos pocos días de descanso, cuando era más chica los aprovechaba para visitar pero conforme pasaron los años las visitas se hicieron menos frecuentes. Es posible que mis padres me extrañen, pero si fue así nunca me lo dijeron. Ellos siempre respetaron la ley y aceptaron los destinos que les fueron otorgados a sus hijas.

Amaba mis extenuantes entrenamientos, amaba mis ideales, mi trabajo y el respeto que mi pueblo nos tenía. Amaba ser de los pocos que tenían permitido subir a la superficie, de los pocos que tenían acceso al mundo del cual huyó mi pueblo hace ya más de medio siglo.

Mi batallón fue el primero en atacar las torretas de aquella misteriosa y altamente tóxica ciudad. En ese momento creí que, por la alta capacitación de mi grupo, ser los primeros había sido un honor. Hoy, ya no estoy tan segura. La última ofensiva se llevará a cabo el martes y los sobrevivientes de mi tropa se encuentran malheridos, cansados y confundidos. El ambiente se siente tenso y aunque este último ataque definirá todo, no creo que esto sea el final.

Tal vez todo esto haya sido un grandísimo error.

 

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3 años antes….

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– Cabeza-abajo, 16 – Murmuré, por tercera vez, a través de la máscara de altitud.

Usábamos diálogos cortos al momento de entrenar. La máscara nos permitía simular la falta de oxígeno de tierras o lugares altos y no nos podíamos dar el lujo de entablar conversaciones largas si queríamos mantener un buen nivel de rendimiento, pero número 16 siempre estaba buscando adelantarse y saltar a la acción olvidando detalles importantes de las misiones como mantener la cabeza abajo (o en este caso, pegada a la columna que estábamos escalando) para evitar ser detectados o haciendo maniobras que frecuentemente terminaban con sangre.

Sin embargo, a pesar de ser tan obstinado, era un miembro crucial en el equipo por su fuerza y lealtad. Más adelante número 15, trepaba velozmente, acercándose al objetivo. Su agilidad lo convertía en el elemento perfecto para encabezar misiones de infiltración.

– Objetivo visible, 14, posición. Colocando semtex en 3. – susurró número 15.

Número 15 llegó al objetivo en tiempo. Ahora me tocaba a mí, establecí las coordenadas, analicé el perímetro y marqué la posición, número 16 fijaría las cuerdas de descenso mientras yo alcanzaba a número 15 para colocarle su cuerda antes de que su conteo terminara.

– 3, 2, 1  colocada. 30 para detonación. 30, 29, 28, 27… – Indicó número 15 mientras yo aseguraba su arnés.

–¡ENEMIGO A LAS 3! – Gritó número 16 desenfundando su arma. – INVERSO SIMPLE ¡AHORA! –

La técnica de inverso simple es la más peligrosa, pero 16 tenía razón. En ocasiones normales descenderíamos en rappel a doble cuerda. El inverso simple era una sola cuerda, de cara al piso y en caso de emboscada manteniéndonos lo más cerca posible, para que el asegurador táctico en turno, o sea yo, colocara las cuerdas de seguridad entre arneses en caso de que una de las cuerdas se viera comprometida.

15 y yo saltamos para ponernos al nivel de 16 quien ya había abierto fuego y derribado a quien creí identificar como número 8. La velocidad de descenso se sentía brutal a través de las máscaras, las balas de goma volaban en todas direcciones a veces a escasos milímetros de nuestros cuerpos.

– ¡CERO! – Escuché gritar a número 15, seguido de una explosión y una lluvia de pequeños escombros. No sé cuántas veces han reconstruido estas torres, las hemos usado en demasiadas ocasiones para nuestras prácticas, su altura aunque parece intimidante no se compara con aquellas torretas misteriosas que, en días muy claros, se alcanzan a ver desde la base militar de las montañas. En esta ocasión el explosivo provocaría un pequeño hueco a partir del cual se analizaría la posibilidad de entrar a la torre o emplear USWs para provocar una grieta; sin embargo el plan había sido entorpecido por la intromisión del equipo de ataque por lo cual se recurriría al plan de emergencia. En cualquier caso bajar rápido era nuestra única opción.

Siempre he pensado que los últimos minutos de cada misión son los más emocionantes, son los que sin importar los errores del pasado, definen si sobreviviremos o no.

– LIBERANDO – Anuncié y corté la cuerda. Habíamos roto un nuevo récord en descenso.

El coronel nos esperaba en la sala de preparación después de cada entrenamiento, sus evaluaciones eran particularmente duras, pero tras años de escucharlo sabía que lo hacía con la mejor intención.

– Nuevo tiempo equipo de infiltración, felicidades. Hubiera sido misión completa de infiltración si no los hubieran detectado antes así que tendrán que repetir el simulacro mañana y si, van a hacer misión, combate y fuerza mañana. No lo tomen como castigo, es una segunda oportunidad. Ahora, por el nuevo récord les daré tiempo de desayunar antes de la subida a la base de la montaña, el papeleo puede esperar. – Dijo a manera de despedida mientras hacía pasar al equipo de ataque.

– No fue mi culpa, creo que ahora detectaron la voz de Enja – Se excusó Sigstein, mientras me volteaba a ver con una sonrisa poco sincera. – Si no fueras tan regañona no nos hubieran atrapado. –

– ¡Ja! Seguramente. Lo más probable es que tu cabezota haya interrumpido la señal de un sensor. – Exclamé un poco en tono de reclamo y un poco en serio. – Además no soy regañona, soy la que se encarga de mantenerlos vivos. –

– Si eres regañona… – Intervino Jaeger distraídamente mientras se arrancaba una uña con los dientes – A veces incluso más que el comandante, pero creo que SOLO por esta vez tienes razón. –

Jaeger y Sigstein entraron al vestidor de hombres y yo al de mujeres. Me apresure a cambiarme el traje de escalada por el holgado y mil veces más cómodo uniforme de entrenamiento. No tenía muchas ganas de encontrarme sola con el equipo de ataque porque probablemente estarían molestos, perder un hombre en batalla, aunque fuera en simulación y no hubiera daño real, era un accidente grave y el castigo seguramente sería muy pesado. De todas maneras al salir del vestidor me dí cuenta de que Jaeger y Sig ya habían salido y seguramente estarían entrando al comedor.

Nos gustaba mucho salir a la base de las montañas justo a tiempo para ver el amanecer.

Atravesé el brillantemente iluminado patio central dónde se encontraba entrenando el batallón de tercer nivel. Entre más jóvenes era menos especializado el entrenamiento, algo muy básico pero indispensable. Saludé con una seña al instructor. – ¡Felicidades por el récord, 14! Ojalá que estos ratones que tengo por “batallón” se esforzaran más… ¡MÁS ABAJO, 93. EL PECHO AL PISO! ¡VEINTE PUSH-UPS MÁS PARA TODOS! – Bramó el entrenador.

 

Odio los martes.

El destino de la ciudad y de todos sus habitantes se decidirá el próximo martes. Podríamos morir instantáneamente o si todo sale bien seguir con vida por no se cuánto tiempo más.

Odio los martes.

En mis 26 años de vida nunca he logrado comprender a las personas que se quejan de los Lunes, ni a los que esperan con ansia la llegada del Viernes. Para mí todos los días son iguales, excepto el Martes, es tan… aburrido… tan… maldito…. tan… innatural…

Se podría decir que nací de esta manera. A mis padres les encantaba quejarse con sus amigos de lo problemático que fui durante la infancia, pero también debatían acerca del extraño hecho de que les daba problemas todos los días menos los martes, esos días simplemente me limitaba a existir.

Periódicamente mi odio por los martes fue aumentando, probablemente porque los peores momentos de mi vida sucedieron en martes. Mi madre murió en un martes, fui encarcelado un martes, si recuerdo bien era martes cuando la guerra empezó; podría continuar con una lista interminable pero definitivamente el peor de todos los martes fue cuando la conocí…….

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3 años antes….

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– Despierta!!! – gritó mi madre desde la cocina por cuarta vez.

Me levanté perezosamente y tropecé con mi laptop, la recogí y mientras revisaba que no se hubiera roto la pantalla caminé hacia la ventana y abrí las cortinas. Era un sábado bastante hermoso, la primera vez en dos semanas que se podía ver el sol debido a la tormenta tropical que pasó por la ciudad y lo ocultó.

En el horizonte las siete torretas que se podían observar desde mi ventana, refractaban la luz del sol de forma extraña, parecían faros apuntalados en tierra firme. La segunda de la derecha, que es un poco más grande que las demás, brillaba más de lo usual lo que debía significar que seguían trabajando en ella.  Siempre me pregunté cuál era el objetivo de las torretas, llevan ahí más de quinientos años así que nadie sabe para qué fueron construidas y concuerdo con algunos que piensan que es bastante extraño tener un círculo de torres que no protegen ninguna muralla o reja; pero los fundadores de la ciudad pensaron que podrían ser utilizadas como medio de defensa para su nueva ciudad así que henos aquí.

Dejé que mi mirada divagara por las montañas que se alzaban por detrás de las torretas, todavía tenían un color pálido que seguramente desaparecería bastante rápido gracias a la lluvia de las últimas semanas.

Retrocedí a mi armario y saqué el primer pantalón que vi; mi playera favorita estaba en el piso pero la tomé de todas formas y me vestí. No tenía pensado salir pero mis padres se enojarían si me la pasaba todo el día en pillama, así que bajé en cuanto terminé de vestirme.

– Algún día de estos te despertaré con un balde de agua fría – dijo mi madre cuando entré por la puerta de la cocina.

Tenía puesto un delantal de cocina que le confería un aura muy maternal. Ella nunca tuvo un cuerpo despampanante, de hecho es bastante esbelta, pero a cambio tiene una belleza que provoca miradas lujuriosas a cualquier lugar al que va. Su largo cabello castaño claro estaba recogido en un peinado que nunca había visto, pero sus lentes plateados lo mantenían fuera de su rostro.

– Entonces haré lo mismo por ti el martes, ¿qué te parece? – pregunté y me senté en la mesa.

– ¿Le harías eso a tu madre? – exclamó mientras introducía pedazos de carne en una olla.

– No lo hago por molestarte, simplemente estoy siguiendo tu consejo: “Cada martes tienes que hacer algo inesperado”, tu misma lo propusiste así que no veo por qué no seas inmune a mis inusuales actividades – comenté con una sonrisa.

– Ha! sabía que ese consejo regresaría a morderme el trasero – dijo mientras confirmaba que la comida estuviera lista, – Bien sabes que no te di ese consejo para que justifiques tus constantes jugarretas, sinceramente creo que mejoraría tu “marhumor” si hicieras algo nuevo, algo completamente aleatorio, inesperado, extraño, audaz y excitante. –

A mi madre le encanta inventar sus propias palabras, de vez en cuando logra crear una palabra algo ingeniosa pero la mayoría de las veces son simplemente absurdas, y de todas ellas su favorita es “Marhumor” la cual usa para referirse a mi usual estado de ánimo en esos días.

– Lo sé, lo sé. Es solo que lo he estado haciendo cada semana en los últimos 3 meses y ya  se me acabaron las ideas de qué hacer –

– Ya se te ocurrirá algo, siempre has sido una persona muy ingeniosa – dijo ella mientras apagaba el fuego de la estufa – Solo espero que no hayas estado haciendo nada peligroso –

Estaba pensando cómo responder a esa pregunta cuando se escuchó el sonido de la cochera abriéndose, fue un alivio poder cambiar de tema porque no quería tener que mentirle. – Ya se había tardado en llegar! – grité levantándome.

Juntos salimos de la casa para ver el automóvil negro de mi padre subir a la cochera. A simple vista parece un simple coche pero está más blindado que uno de los camiones que transportan dinero; protecciones necesarias para alguien del rango de mi padre. Se abrió la puerta del auto y bajó. Mi padre es casi tan esbelto como mi madre pero con cabello negro corto, anchos hombros, músculos bien definidos y una postura impecable; producto de su trabajo en la agencia supongo.

La Agencia de Protección, comúnmente acortado a A.P., se creó para mantener las torretas de la ciudad en buen estado y estar listos para defenderla en caso de un ataque. Es independiente del gobierno pero tiene ciertas similitudes con la policía o el ejército. Últimamente ha habido muchos disidentes en la ciudad que piden la disolución de la agencia y es por ellos que mi padre no ha regresado a casa en dos semanas.

– Buenos días Stargento – saludó mi madre, usando el apodo que inventó para hacer alusión a la estrella que adornaba su nueva insignia, distintivo de su nuevo rango en la agencia.

– Buenos días mi amor – saludó y complementó con un fugaz  beso, luego se dirigió a mi. – ¿Qué tal hijo, todo bien?

– Nada fuera de lo común, solo estábamos discutiendo las nuevas y macabras maneras en la que me despertarán los fines de semana – respondí.

– Eres bienvenido a aportar ideas – sugirió mi madre.

– ¿Que tal un balde de agua fría?

– ¿Lo ves? creo que es la mejor manera. Ambos estamos de acuerdo así que más vale que te despiertes a la primera la próxima vez – bromeó ella, o al menos eso espero.

– Ja, Ja, muy graciosos. Mejor entremos ya, me estoy muriendo de hambre – contesté e inmediatamente regrese a la casa.

El desayuno estuvo particularmente delicioso. Mi padre nos contó cómo había hecho una inspección a las torretas del lado este; al parecer algunas de ellas han decaído al punto de que se puede ver la estructura de piedra original.

– Estamos planeando remodelar algunas de ellas y aprovecharemos para montar equipo más avanzado, estaré mucho más ocupado de ahora en adelante – informó.

– Ahhh eso es una pena, últimamente no te vemos para nada – rezongó mi madre.

– Lo sé, pero es parte de mi trabajo para proteger la ciudad –

– ¿Protegerla? ¿de qué?, no hay nadie ni nada que quiera atacarnos y aunque lo hicieran podrían escabullirse entre las torretas. – comenté sarcásticamente.

– ¿Estás diciendo que mi trabajo es inútil? – preguntó mi padre con un tono peligroso.

– No, no, Claro que no, es solo que no creo que la agencia esté aportando mucho a la sociedad. Podrían estar ayudándole a la policía en lugar de estar conservando y mejorando esas viejas torretas – contesté sinceramente.

– Has estado hablando otra vez con ese chico Derek, ¿ehh?. Su padre es el que ha estado lidereando a los disidentes de la A.P., han estado lanzando manifestaciones por toda la ciudad incitando a que el gobierno tome control de la agencia o la disuelva completamente. – se quejó acaloradamente y no lo culpo, ha tenido bastante trabajo y estrés a causa de ellos.

– Hace meses que no lo veo, no te preocupes – confesé.

– Bueno no importa. De cualquier forma me gustaría que vengas conmigo un día a las torretas, quiero que veas de cerca el trabajo que hace la agencia – ofreció mi padre.

Me sorprendió bastante el ofrecimiento, le había estado pidiendo que me llevara a visitar las torretas desde que era niño pero siempre se negó a hacerlo y se mantenía firme en su decisión, eventualmente dejé de pedírselo porque supuse que nunca me llevaría. El acceso a las torretas está prohibido para los ciudadanos normales pero los familiares de los oficiales de la agencia pueden realizar una visita guidada.

– ¿Estás bromeando, verdad? – le dije, mirándolo sospechosamente.

– No esta vez. De hecho me sorprende que tu madre haya podido guardar el secreto –

– Fue difícil pero te prometí que tu le dirías. Bueno, ¿qué día vamos a ir? – preguntó mi madre

– Cuando ustedes quieran – respondió el

Ambos me voltearon a ver como esperando una respuesta y no lo tuve que pensar dos veces.

– Vamos el próximo martes – respondí.

– ¿Estás seguro? – preguntó y yo asentí – De acuerdo, el martes será- afirmó.

De esta forma ya no me tendría que preocupar por idear qué hacer ese día, y por primera vez en toda mi vida, quería que el martes llegara pronto.