Me era imposible conciliar el sueño, tal y como habíamos predicho el rey acababa de firmar la orden bélica y las ceremonias para los dioses comenzarían al día siguiente. Mi túnica roja para la presentación de ofrendas se encontraba colgada en mi perchero junto a la silla donde mi uniforme de combate se encontraba perfectamente doblado. El contraste me parecía casi absurdo y aterrador. Incluso los colores de mis prendas parecían estar librando una feroz batalla por mi atención. Me levanté de mi cama y me puse una bata, no me tomé la molestia de ponerme nada más a pesar de que mis ropas de cama eran muy ligeras. Las posibilidades de que hubiera alguien en el jardín que estaba más allá de la pista eran escasas y aun cuando me encontrase a alguien en el camino estaba segura de que nadie me molestaría, así que me dirigí hacia ese lugar para meditar un rato.
El pasto estaba húmedo, pero no me importó. Me recosté con las manos entrelazadas bajo la nuca, sintiendo el frío recorrer mi espalda erizando mi piel a su paso y cerré los ojos. Había sido testigo de lo que muchos consideraban un milagro, sin embargo me sentía intranquila, como si mi algo estuviera presionando mi pecho contra mi corazón. -¿Enja? ¿Eres tú? – Escuché decir a Jaeger, abrí los ojos buscándolo en la oscuridad y encontrandolo en el caminito que había recorrido hacía unos minutos. – ¿Tú tampoco puedes dormir? – le pregunté al tiempo que se sentaba junto a mí, podía ver la silueta de su rostro mirando hacia la base. -No- dijo negando con la cabeza – Fui a buscar a Sig, pero estaba acompañado de alguien que sonaba sospechosamente similar a 23 cuando entrenamos con pesas – no pude evitar reírme ante dicha confesión. – Vaya, ¿quién lo diría? Nuestro joven y valiente amigo aprovechando los que podrían ser sus últimas horas en este mundo – respondí con un dejo de maldad. – Luego fui a buscarte a tí – continuó – pero no estabas en tu habitación. Recordé cuando nos escapabamos sin Sig y pensé que tal vez me sentiría mejor aquí. No sabía que todavía venías por las noches… – Los dos guardamos silencio y mi cabeza se llenó de imágenes de noches de rebeldía con ese rostro sonriente que tan bien conocía. Podía sentir la música dentro de mis huesos, las canciones, el calor de su cuerpo. También pude sentir el dolor de la separación, de sus palabras y de las mías.
– Estoy asustado, Enja – dijo abruptamente Jaeger interrumpiendo todas las memorias de unos años atrás – toda nuestra vida entrenando, simulando y ahora todo es tan real. No sé si estoy listo para esto – me incorporé, tomé su mano y recargue mi cabeza en su hombro. Él volteó a verme, soltó mi mano y a cambio rodeó mi cintura con su brazo. -No estarás solo Jaeger y no te dejaré morir- afirme, intentando que mi voz no temblara. Jaeger colocó su mano libre en mi barbilla y levantando mi rostro suavemente me besó.
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– ¡Mamá! – grité al entrar a la casa. -¿Dónde estás? – pregunté aventando mi chaqueta al suelo. Me dirigí al estudio donde seguramente la encontraría leyendo, pero al abrir la puerta me encontré a mi mamá sentada frente a un oficial de la A.P.
– Hijo, el oficial Ledvina necesita hablar contigo ¿lo recuerdas? Es amigo de tu padre. – explicó incapaz de ocultar los nervios. – Si, lo recuerdo – respondí extendiendo la mano para saludar al oficial. – Buenas noches, oficial. ¿Hay algo en lo que pueda ayudarle? ¿Tiene algo que ver con Derek? – mi madre se llevó una mano a la boca. – ¿Lo sabes? Sid, hijo ¿tienes algo que ver con esto? – Levanté mi mano y negué con la cabeza para tranquilizarla . – Lo escuché en la cafetería de la universidad, ¿qué sucedió? – Ledvina levantó un sobre que no había notado de la mesa de centro sacó una fotografía de mi amigo y me la entregó. – Sid ¿cuándo fue la última vez que viste a Derek Travers? – preguntó mientras examinaba la imagen. Noté que sus ropa era la mismas con la que lo había visto apenas la noche anterior, tendría que admitir que le había mentido a mis padres.
– Lo vi ayer por última vez, empezaba a oscurecer cuando lo dejé en la pradera Riggs. Mencionó que iba a esperar un rato más antes de irse a casa – expliqué – lo siento, mamá. – Podía ver la angustia dibujada en su rostro y la decepción se asomaba en sus ojos. – No hice nada malo, ni nada ilegal ¿o sí? – pregunté al oficial. – No Sid pero, ¿notaste si Derek llevaba algo consigo? – Si, Derek siempre carga una mochila, por lo general lleva libros conspiracionistas y algunas revistas. En ocasiones me muestra herramientas y dispositivos de uso común que él y su padre arreglan en la tienda. – respondí. – ¿Te ha mostrado algún artefacto… Erhm… De los que prohíbe la ciudad? -inquirió. Negué con la cabeza. El interrogatorio siguió hasta muy entrada la noche y cuando el oficial por fin se retiró, no sin antes recordarme las sentencias por robo y exposición de artefactos, me sentía emocional y físicamente agotado.
Mi madre acompañó a Ledvina a la puerta, mis pensamientos estaban fuera de control y por un momento me invadió un terrible mareo. No escuché los pasos de mi mamá, pero al levantar la mirada la vi parada en la puerta observandome y sin decir se retiró a su habitación.